Crítica: Dianto Reed Quintet en el ciclo de jóvenes intérpretes de la Fundación Juan March
El joven quinteto de vientos español, residente en Holanda, debuta en la Fundación Juan March con un programa que bucea en la tradición de la música española del siglo XX
Ya de por si resulta interesante tener la oportunidad de escuchar nuevos talentos musicales, tarea que la Fundación Juan March ha asumido de manera excelente, pero es que además, cuando se pone sobre el escenario una agrupación tan poco habitual como un quinteto de cañas que incluso propone una semi-escenificación, la cita se convierte en ineludible.
Dianto Reed Quintet surgió en Ámsterdam, hace menos de un lustro, aunque está integrado por cinco jóvenes criados en España en un claro ejemplo más de exportación de talento a Europa. Sin embargo, los cinco instrumentistas tienen muy presentes sus raíces y, desde el comienzo de su actividad la música y la cultura españolas han tenido una importancia radical a la hora de la confección de sus propuestas que, como ya adelantaba, combinan música y escenificación.
En este caso, el programa giraba en torno al duende, un fenómeno asociado al flamenco y cante jondo difícil de definir, pero que sirvió al quinteto para presentar un repertorio de marcado acento español repleto de danzas, movimiento y cierta sensualidad.
La función comienza con el primero de los Tres preludios de El Amor Brujo de Primo Ish-Hurwitz, compositor holandés de 23 años. En estas fantasías basadas en la obra de Falla, nos deleitamos con el rico sonido del clarinete bajo, con su registro grave potente y rugiente, magníficamente mostrado por Erick Rojas. El clarinete bajo pronto se mezcla con el sonido del fagot y los otros instrumentos, creando tonos mixtos que recuerdan los registros de registro del órgano. Los arreglos de Hugo Bouma resaltan brillantemente esta mezcla de sonidos, y el quinteto los ejecutó de manera impecable, demostrando una precisión impecable en la producción de sonido. Del mismo modo, el arreglo de Arjan Linker de Oriental de Enrique Granados es impecable y el sonido que lograron clarinete y saxofón a dúo, absolutamente idílico.
Además de por su brillante capacidad tímbrica, el Quinteto Dianto destacó por unos fraseos muy adecuados, mostrando, por ejemplo, en la Granada, de Albéniz unos rubatos atrevidos pero correctos, aunque demasiado exagerados en Castilla, pieza que omitieron dentro del programa y ofrecieron como propina en el pase del lunes.
A nivel individual hay muchas cosas que se pueden destacar y que, sin duda, reflejan el enorme talento que exuda nuestra patria. María Losada logra sacar al fagot un sonido muy redondo y equilibrado, con unas transiciones del registro grave al agudo muy igualadas; el fraseo de Ovidi Martí es excelente; ya he hablado de la potencia del registro grave de Erick Rojas. El clarinete de María Luisa Olmos tiene un sonido a la altura de grandes profesionales en todos sus registros, pero sus soli en la Danza ritual del fuego de Falla fueron realmente magníficos con un sonido con calidad de grabación. De María González Bullón destacó el sonido dulcísimo que supo sacar al corno inglés, aunque eché en falta algo más de arrojo en los solos. Sin embargo, también es cierto que, por ejemplo, en el caso del arreglo de Bouma del Fandango de Doña Francisquita, las partes del oboe dejan mucho que desear y fue la pieza más floja del programa. Al menos, tuvieron el acierto de colocarla exactamente en mitad del concierto para que pasara desapercibida.
La escenificación, con los músicos moviéndose al ritmo de la música por un escenario que podría recordar a un café cantante o a una cena informal, funcionó muy bien y encandiló al público. Algo que es comprensible, pues la propuesta, aunque sencilla, es rompedora. Eso sí, cuidado, porque hay quien podría pensar que añadir este tipo de elementos resta valor o profesionalidad a la música. Por ello, si se plantea una presentación de este tipo, creo que se tendría que tener más cuidado con añadir demasiados elementos que rompan la cuarta pared como, por ejemplo, presentar a los músicos, algo que, si bien es propio de los conciertos de jazz, en la Fundación Juan March es innecesario ya que unas acomodadoras muy amables ya nos reparten una hojita con los nombres de los intérpretes.
En general pequeñeces que estoy seguro que se solucionarán rápidamente en un grupo del que auguro y espero una larga y próspera trayectoria.
Artículo de David Santana. Un trocito de Granada en Ámsterdam.
Foto: Alfredo Casasola/Fundación Juan March